El marxismo jamás ha sido ajeno
a las cuestiones que rodean a la libertad sexual del individuo aunque, por
descontado, ha estado muy condicionado por el grado de entendimiento de la
antropología y la psicología humanas, en el momento concreto. Así, las cuestiones
que hoy reivindica el movimiento LGTBI apenas han sido tratadas en la historia
por los Partidos Comunistas, al menos otorgándole la misma importancia que
otras luchas por la liberación sexual, que por conocerse mejor se trataron
primero.
Y también los hubo que adoptaron, equivocadamente, posiciones
reaccionarias; aunque todo hay que decirlo, en la línea de las concepciones que
sobre esta cuestión compartían con toda la base social de la humanidad en su
época concreta. Aun así, el marxismo sí sentó las bases sobre la que es posible
entender las bases objetivas que sustentan muchos conceptos de las relaciones
humanas; bases que hoy los Comunistas deben usar consecuentemente con el
conocimiento más amplio y certero que existe en la actualidad sobre la sexualidad.
Así,
el marxismo ya situó correctamente que las cuestiones morales que rodean a los
conceptos actuales de relaciones afectivas, sexuales y de familia, incluyendo
el matrimonio, surgieron al mismo tiempo que las clases sociales como
justificación para la utilización de la reproducción como herramienta para la
perpetuación y transmisión de la propiedad privada de los medios de producción,
a través del modelo patriarcal.
Así, todos los elementos represivos usados
contra la libertad sexual tenían un fin clasista. Esto ha sido cierto incluso
en aquellas épocas y en aquellos lugares donde la religión no tomó el papel
preponderante de esta represión, allí donde una aparente libertad sexual era,
de todas formas, reprimida con la obligatoriedad social de seguir los esquemas
matrimoniales heterosexuales (construidos, por cierto, sobre una profunda
misoginia) que eran los únicos que servían al modelo de propiedad privada de
las clases dominantes. Más tarde, y de una manera más global, la religión se
encargó de perfeccionar esta represión, completándola con la imposición moral.
En
la actualidad, el ser humano, organizado por aplastante mayoría como clase
obrera y, por lo tanto, desposeída de propiedad privada de medios de
producción, tiene la oportunidad de definir con libertad sus relaciones
afectivas y sexuales, sin los corsés sociales, morales y económicos impuestos
por épocas pasadas. Pero aun hoy, impera la represión que nace de las raíces
ideológicas que se transmiten, de forma voluntaria o involuntaria, desde las
clases dominantes hacia la clase obrera y que son, por tanto, necesarias
eliminar antes de hacer realidad esta oportunidad.
La plena libertad afectiva y
sexual, como parte de las libertades del individuo en sí, sólo pueden
alcanzarse a través de la libertad colectiva del ser humano, y esta sólo puede
ser una realidad mediante la supresión de las clases sociales y la conformación
de una nueva sociedad: el socialismo-comunismo, capaz de romper con los
condicionantes impuestos por las antiguas sociedades.
Es,
porque entendemos esto, que el Partido Comunista no puede ser ajeno a las
reivindicaciones de una conformación libre de las relaciones sociales humanas,
incluyendo la reivindicación de nuevos modelos del concepto de familia
asentados en las bases de la pura afección humana sin más tabúes ni
condicionantes, capaces de desarrollar y educar a personas mucho más
conscientes de la realidad científica de la psicología y la sexualidad humanas
y, en definitiva, capaces de aportar en la construcción de una sociedad
objetivamente superior. Es por esto que la bandera roja del Partido Comunista,
de la vanguardia de la clase obrera que lucha por su emancipación, debe ondear
el día del orgullo LGTBI.
Edgar Rubio