Pese al silencio de los medios
de comunicación españoles, un fantasma recorre Francia: el fantasma de mayo del
68. Ferroviarios de la SNCF (en español: “Sociedad Nacional de Ferrocarriles
Franceses”), carteros de la Poste (Correos), jubilados, estudiantes universitarios,
trabajadores de Air France, abogados y empleados de la magistratura,
barrenderos, ecologistas, personal de hospitales públicos, etc.
se han puesto
en pie de guerra a través de huelgas y manifestaciones para intentar impedir
las reformas que el gobierno de Emmanuel Macron quiere imponer para aniquilar
progresivamente los servicios públicos y los derechos sociales que han
distinguido y distinguen Francia del resto de países europeos. Un fantasma que
toma cuerpo a medida que pasa el tiempo y que hace temblar a este fatuo
defensor del capitalismo galo. Como antaño, es decir, hace ahora 50 años, le
sucedió a su homólogo, el general De Gaulle, quien, ni corto ni perezoso, y en
plena crisis política, se fugó a la chita callando a Baden-Baden, en la República
Federal Alemana, para organizar, en caso de necesidad, y en un gesto de
demócrata ejemplar, la intervención del ejército francés estacionado en aquel
país.
Extraordinario ejemplo
Hoy
no estamos todavía en aquella coyuntura política pero, si se produjera la
unidad de acción entre las protestas obreras y estudiantiles, y perdurara en el
tiempo, el pulso entre la burguesía y el movimiento popular, es decir, entre
una clase social que defiende una sociedad al servicio del capital y otra que
lo hace en beneficio de la clase trabajadora, sería del todo inevitable.
Porque
ciertamente, es de eso de lo que se trata: o doblegarse bajo el careto del
modernismo y la competitividad a los deseos insaciables del capitalismo o
aceptar el reto y luchar por una sociedad (para nosotros el socialismo) en la
que la clase trabajadora sea la causa principal y el fin de todo el proceso.
Confrontación social y política que no se da hoy en ningún otro país de Europa
con parecida intensidad y contenido de clase. Es decir, donde la clase obrera y
no otro subterfugio es la protagonista del descontento social galopante.
Consciente de que la solución de sus problemas (explotación y expolio
permanentes) está en la superación del capitalismo. Por ello, en una Unión
Europea apestada de fascismo y postración, las actuales luchas del pueblo galo
y de su clase obrera, sin prefigurar resultados, constituyen un extraordinario
ejemplo para los currantes/as.
Hubo
un tiempo (durante la construcción del actual tinglado europeo) en el que
muchos pueblos del viejo continente, en situaciones sociales y laborales
deficitarias, entre ellos el español, creyeron a pies juntillas que dentro de
la Europa capitalista que se estaba gestando se conseguirían los niveles de
Francia. Igualarse por lo alto, así por las buenas.
Que lo gobiernos
defenderían con denuedo los servicios públicos indispensables para sus sufridos
habitantes (sanidad, educación, transportes, energía, etc.) sin que estos tuvieran
que mover un solo dedo; que, además, adoptarían las medidas políticas
necesarias para mejorar los derechos de los/as trabajadores/as, y homologarlos
finalmente con los conseguidos por la clase obrera francesa tras muchos años de
lucha.
Y todos/as contentos/as. Pero no ha ocurrido eso... Al contrario, es la
propia Francia, como vemos actualmente, quien intenta desmantelar con
ahínco lo que social y laboralmente la diferencia: servicios públicos
consistentes y ventajosos derechos laborales. Para igualarlos, sí, pero por
abajo. Y es que el capitalismo no regala ni un tantico así. Y la clase obrera
francesa lo sabe, rebelándose en la calle. Por eso, ese fantasma objeto
de esta crónica no solo debiera frenar tales desmanes, sino conseguir la unidad
y estrategia necesarias para llevar las ansias del capital a la picota.
Entonces sí nos estaríamos nivelando, pero por todo lo alto.
José L. Quirante